Se denomina así por ser una excursión que transita por los cuatro pueblos del municipio, donde se establece esta singularísima industria de la cría de gallos de pluma para la pesca.
Ya hemos hecho mención a la inexplicable cualidad de este epicentro, cuyo vértice parece situarse en La Vecilla.
Los pueblos circundantes participan de esta inusual virtud de convertir las plumas de los gallos en una mágica irisación.
Más adelante de estos dominios, las plumas regresan a la opacidad habitual, pierden tersura o mimetismo, se confunden en la vulgaridad de la planicie, abandonando lo singular que las convierte en tan apreciadas.
Su trazado se inicia en La Vecilla.
Toma el Cordal de Las Corollas desde donde se admira la división de valles que encajonan el Torío al oeste, y el Porma al este, arropando al Curueño que corre paralelo por el centro del valle.
Unos kilómetros más adelante, en lo alto del monte, se abre a la izquierda el viejo Camino de Labaseco, que conduce a Sopeña, pueblo más meridional del municipio.
En Sopeña hay que admirar, entre otras cosas, los restos de La Nogalona, árbol totémico que preside la aldea.
Luego se torna al norte, para cruzar La Cándana, sin olvidarse del homenaje que tiene allí La Dama de Arintero, con dos escudos heráldicos y otros aditamentos a la leyenda.
Un poco más y ya llegamos a La Vecilla, al punto de partida.
Son, en total, 20,0 kilómetros de ruta, que necesitan toda una tarde para los pies, con solo 2,0 kilómetros de asfalto, entre La Cándana y La Vecilla.
Casi cuatro horas, si la realizamos en bicicleta o a caballo.