Campo del Agua se funde en el paisaje de los Ancares leoneses, sobreviviendo a las adversidades del tiempo y el abandono, que sin embargo, no han acabado con su enorme valor etnográfico.
Durante mucho tiempo mantuvo el conjunto patrimonial de pallozas más importante de los Ancares, hasta que un incendio destruyó parte de este patrimonio quedando ahora el asentamiento como braña de verano, y permaneciendo en invierno prácticamente aislado por las nevadas.
Se trata de un conjunto de arquitectura popular de valor único donde destaca por encima de todo la palloza, una casa circular u oval, con teito, tejado, de paja, de forma cónica más o menos perfecta, donde antaño convivían bajo el mismo techo, hombres y animales únicamente limitados por muros de tablas, constituyendo así una estancia única, separada entre sí por un pequeño pasillo, que dividía la zona del hogar y la cuadra.
Lo más característico de la palloza es su techumbre con cuelmos de paja de centeno majada, no trillada, que es golpeada rítmicamente hasta desgranarla sin partirla.
Antaño, esta labor, la maja, era una fiesta comunal que reunía a todos los vecinos.
Los únicos vanos con los que cuentan las pallozas son los de la puerta de entrada, situada normalmente entre la cuadra y el hogar. En ocasiones, al carecer de chimenea, se realizaban agujeros o ventanucos en el techo para la salida del humo, pero lo habitual es que el humo se colara por la paja del techo, formando con el paso del tiempo una capa impermeable.
El hogar se situaba en el centro, sobre unas piedras en el suelo y sobre él pendía una cadena que sostenía el pote. Alrededor del hogar se ubican los escaños y arcas para sentarse. Sobre los escaños se disponen los jergones de paja y maíz que sirven también para dormir.
Uno de los elementos indispensables de las pallozas era el horno, de cúpula, elevado sobre el suelo, con una sola boca bajo la cual se tiran las brasas en el compartimento inferior. Estos tres elementos: hogar, horno y animales permitían alcanzar una temperatura media interior de 14 grados, lo que convertía la estancia en un lugar agradable comparado con las duras condiciones del exterior.
La cuadra contaba con una pequeña inclinación para el drenaje de los excrementos.