La ruta propone un recorrido evocador, en el que basta seguir el río y su valle para descubrir paisajes únicos, de singular belleza, y joyas patrimoniales escondidas entre las montañas. Y este es el objetivo de esta ruta: seguir despacio, con tranquilidad, el curso de los ríos Oza y Compludo.
La ruta parte de (1)Ponferrada en dirección al valle del río Oza, más conocido como Valdueza, como atestigua el nombre de muchos de sus pueblos. Pero antes de iniciar el recorrido, merece la pena acercarse hasta (2)Otero, para visitar la recoleta iglesia de Santa María de Vizbayo, una joya del románico rural.
Después ya se enfila el recorrido en dirección a San Lorenzo, para poco después, en una bifurcación hacia la izquierda, iniciar el ascenso del valle del Oza. El Oza es apenas un riachuelo de aguas límpidas; la carretera transita casi pegada al cauce por lo que es fácil observar el bosque de ribera conalisos, sauces, álamos y avellanos. Pronto se llega a (3)San Esteban de Valdueza que, en su calle Real, muestra un buen conjunto de casas solariegas, como la de los Fierro, con escudo, la de los Perejones y la de los Ron. Cuenta su patrimonio con casas populares con solanas, el puente de San Lázaro, de factura romana, y la iglesia parroquial del siglo XVIII, que guarda la venerada imagen de la Virgen de Folibar, de curioso nombre si, como dicen, deriva de follo luparem, hoyo para cazar lobos… A las fueras, todavía se mantiene el antiguo monasterio, uno de los muchos que jalonaban el valle, que no en vano ha recibido el sobrenombre de la Tebaida berciana.
Prosigue el camino hacia (4)Valdefrancos, donde llama la atención el puente de piedra, la iglesia y un sencillo crucero. La carretera serpentea junto al río hasta llegar a San Clemente de Valdueza. Poco a poco, va ganando altura. Inmensos montes pueblan las laderas; el valle se hace más angosto y el Oza se encaja en él. Antes de alcanzar su cabecera, merece desviarse hasta (5)Montes de Valdueza donde las imponentes ruinas del Monasterio de San Pedro de Montes relatan un pasado de esplendor. San Pedro tiene su origen en el siglo VII, cuando san Fructuoso y su discípulo san Valerio, fundan aquí un cenobio dedicado a la oración y el trabajo. Tras la devastación agarena, renace con san Genadio en el año 895, aunque de entonces solo se conservan unos capiteles de la torre y la inscripción mozárabe que consagra la nueva fábrica en 919. Creció con los benedictinos, hasta convertirse en uno de los grandes monasterios bercianos.
De nuevo en la carretera, por fin se alcanza la cabecera del valle, (6)Peñalba de Santiago. Es aconsejable dejar el coche en alguno de los aparcamientos habilitados, para visitar el pueblo con tranquilidad. Ubicado bajo el crestón de caliza alba que le da nombre, Peñalba, el apelativo de Santiago se debe a su soberbia iglesia, que lo fue también del monasterio fundado aquí por san Genadio en el siglo X. Años después Salomón, su discípulo, lo remodela para integrar en él la sepultura del santo. Joya del arte mozárabe, luce una hermosa entrada con dos magníficos arcos de herradura.
El pueblo, de calles estrechas y trazado irregular, guarda el aspecto de antaño, con casas de piedra, pizarra y madera.
Muchas con solanas, los vistosos corredores volados, y escalera exterior o patín.
Desde Peñalba se puede dar un paseo hasta la Cueva de San Genadio, donde se retiró el santo, y otros muchos eremitas, entre los siglos IX y X. Es la puerta del Valle del Silencio, un solemne rincón a la sombra de los Montes Aquilanos.
Tras conocer Peñalba de Santiago, la ruta continúa en dirección a San Cristóbal de Valdueza. Este tramo, de apenas unos kilómetros, se efectúa por una pista sin asfaltar, aunque amplia y perfectamente acondicionada. En (7)San Cristóbal no debe dejar de verse el tejo milenario que crece junto al camposanto. El pueblo exhibe, además, un magnífico conjunto de casas con corredor. Desde San Cristóbal se puede subir hasta El Morredero, una de las mayores cotas bercianas, con magníficas panorámicas.
Pero la ruta propuesta se dirige, de nuevo por carretera, justo en dirección contraria, al conjunto de (8)Los Barrios de Salas, integrado por tres pueblos: Salas, Villar y Lombillo de los Barrios. Se ubican un paraje incomparable entre los valles de Compludo y Valdueza, con vistas privilegiadas del Bierzo Bajo y la cuenca del Sil. Aunque las tres localidades atesoran una notable arquitectura tradicional, Villar recibe el galardón de pueblo-monumento.
Grandes casonas de los siglos XVI y XVII, refieren la pujanza económica de sus moradores, cuando el vino local era muy apreciado. La ermita del Santo Cristo, la iglesia de Santa Colomba y, sobre todo la de San Martín, cuya fábrica inicial es del siglo XI, se engrandecieron en ese periodo y ahora integran el vasto catálogo patrimonial del conjunto.
Después de dar un paseo por las tres localidades, la ruta pone rumbo a su último destino. Para ello, será necesario dirigirse a (9)Molinaseca, hito destacado del camino jacobeo.
Situada junto al río Meruelo, ofrece todo tipo de servicios a peregrinos y visitantes.
Por el puente medieval de siete arcos se accede a la calle Real, jalonada de recias casonas y hermosas muestras de arquitectura tradicional. La iglesia de San Nicolás de Bari se levanta entre el caserío, del que destaca por su imponente fábrica de granito. Al otro lado del río está el Santuario de Nuestra Señora de las Angustias; aun que se tienen constancia de una capilla en el siglo XI y de un hospital bajo la advocación de San Lázaro, el edificio actual es de principios del XVIII.
Desde Molinaseca, por la carretera LE-142, solo habrá que seguir el trazado del Camino de Santiago para llegar a (10) Riego de Ambrós y Acebo, ambos pueblos de destacada arquitectura popular y cuidado aspecto.
Pero justo antes de Acebo, se abandona la LE-142 para dirigirse al valle de Compludo y visitar la (11)Herrería de Compludo. Un indicador en la carretera muestra la vereda para llegar a ella, apenas unos metros a pie. La herrería utiliza el agua de los arroyos cercanos para mover el arcaico rodezno que impulsa el martillo pilón y para insuflar aire que mantenga vivo el fuego de la fragua. Así, gracias a tres sencillos elementos como aire, agua y fuego, la herrería transformaba el hierro en aros para toneles, herraduras y todo tipo de aperos de labranza… Aunque se pensaba que su origen era medieval, los últimos estudios la datan en el siglo XIX.