Es esta una ruta plena de recursos de toda índole, lo que permitirá descubrir uno de los valles más bonitos del noroeste leonés y que mejor ha conservado su sabor tradicional.
Los romanos calificaron a los habitantes de estos valles homines maniun, los hombres dioses infernales, por su carácter indómito y su tenaz resistencia a la romanización. Algunos autores consideran que ese apelativo terminó por dar nombre al río y a su valle, Omaña.
La ruta parte de la localidad de (1) La Magdalena, desde donde se distribuyen los accesos a los valles de Luna, Babia, Laciana y Omaña.
En la localidad se toma el desvío (LE 493) hacia Villablino por Omaña y, tras cruzar el puente sobre el río Luna, se inicia el recorrido. Canales y La Magdalena crecieron con el auge de la minería durante el pasado siglo.
La ruta avanza rodeada de prados de siega y pronto destacan unos depósitos de arenas de vistosos tonos anaranjados, ahora aprovechados como áridos. Cualquiera de los pueblos que quedan en las laderas, fuera de la carretera, permitirá descubrir una arquitectura tradicional en la que casas y pajares se techaban, hasta no hace tanto, con paja de centeno.
Se llega así a (2) Riello, localidad amplia, con algún edificio singular como su iglesia o su casa-palacio. Merece una visita durante el carnaval, para conocer de cerca la Zafarronada de Omaña, una mascarada ancestral que cada año rememora arcaicos cultos al final del invierno. Apenas a unos kilómetros está (3) Pandorado, otro referente en Omaña. La ermita y un exiguo caserío servían de descanso a los ganados trashumantes que cada año transitaban por estas lomas en busca de los puertos de verano. Pandorado celebra una multitudinaria romería, una de las más vistosas de la comarca, el día 15 de agosto. Ofrece una interesante panorámica del entorno, un paisaje de cerros alomados que hablan de la antigüedad de sus materiales, profundamente modelados durante millones de años. Tierra áspera, poco generosa, las gentes obtenían exiguas producciones a cambio de un ingente esfuerzo. Por eso es muy evidente el uso diferencial del terreno: las solanas se ocupaban con tierras de laboreo, tierras centenales, de las que se obtenía el grano con que amasar el pan; las umbrías, por contra, se dejaban “a monte”, pues el arbolado era también necesario en una economía de subsistencia. Y esa diferenciación ancestral se sigue leyendo en el paisaje, aunque ya no se cultive centeno y los montes estén cubiertas por escobas y piornos.
Multitud de pequeños pueblos ocupan los valles y lomas que abarca la vista. Su aspecto en poco difiere de lo que debieron ser los castros, mimetizados entre la vegetación.
La carretera prosigue remontando el río, en ocasiones junto a él y otras, por la ladera. Se llega pronto a (4) El Castillo, inconfundible por las ruinas de la vieja fortaleza junto a la que creció el pueblo. El castillo de Benal o de Atenar, fue mandado construir por la poderosa familia de los Quiñones, condes de Luna. El Castillo custodia también una magnífica mancha de roble melojo. Desde el pueblo se puede subir al Cueto Rosales, donde un mirador ofrece inmejorables panorámicas de Omaña y de las cumbres que le circundan.
El río muestra su energía y los sucesivos cotos trucheros que le dan renombre. Apenas a unos kilómetros, un cruce marca el desvío hacia (5) Fasgar a través del Valle Gordo, uno de los ramales propuestos en el recorrido. Crestas de cuarcita parda, pedreros y canchales en las cumbres, contrastan con laderas en las que proliferan bosques de abedul, algunos de los más destacados de León. Propio de latitudes más septentrionales, el abedul resiste bien el frío y muestra una marcada querencia por suelos ácidos, por lo que encuentra en estos valles condiciones óptimas, donde ocupa sobre todo, laderas orientadas al norte que le garantizan la frescura en el suelo que requiere durante todo el año. El abedul es inconfundible, por su característica corteza blanca, estriada. Entre los muchos pobladores del abedular, el más emblemático es el urogallo cantábrico, una especie en peligro de extinción que tiene en estos bosques algunos de sus últimos reductos ibéricos. Cada primavera, al alba, los machos cantan encaramados en las ramas, en busca de las cada vez más escasas hembras. ¡Un verdadero espectáculo de la naturaleza!
El valle de Fasgar guarda en sus montes otro secreto, una amplia vega de origen glaciar, solo accesible a pie, el Campo de Martín Moro Toledano. En ella se levanta una pequeña ermita, dedicada a Santiago, que se vincula a una gran batalla ocurrida en la campa durante la Reconquista. Alrededor de la ermita, cada 25 de julio, se celebra una de las romerías más entrañables de toda la montaña.
Los romanos buscaron oro en estas tierras y trazaron no pocas calzadas y puentes, como los que se conservan en Fasgar, Barrio de la Puente o Murias de Paredes, aunque su factura actual es, posiblemente, medieval. Cualquiera de los pueblos del recorrido exhibe una vistosa arquitectura popular, que se manifiesta, sobre todo, en los pequeños detalles, en corredores labrados por hábiles carpinteros, en una flor tallada que adorna el dintel de una puerta o en una cruz que busca protección…